EL PROFESOR VARGAS

Por: Alejandro Guerrero / Periodista

Era un profesor intenso, siempre animado y alegre, con una voz agradable, rapidísimo para hacer bromas y sobre todo extraordinariamente carismático. Sus clases eran esperadas hasta por los más inquietos del salón y no eran clases, eran horas de aprendizaje divertido, real, inolvidable.

Para mí José Vargas es el profesor que marcó mis años de secundaria. Soy lo que soy por la inspiración que puso en mi vida y porque a los catorce años me enseñó a hacer las cosas con pasión y con alegría.

Nos enseñaba literatura española y para cada clase había que aprender de memoria versos de los clásicos del Siglo de Oro. Y no solo memorizarlos sino recitarlos frente a todos con buena voz, con entonación y pronunciando bien. Había que perder el miedo y ganar aplomo. Esos que dicen que memorizar es un método de aprendizaje anticuado se equivocan. La memoria es una virtud de la inteligencia y cuando se cultiva desde joven se queda para siempre. La memoria es como un músculo—decía el profesor—si no se ejercita se atrofia. Leer, analizar, comprender, volver a leer y memorizar, esa era su estrategia. 

A esta edad no he olvidado ni uno solo de los versos que aprendí en aquel entonces y gracias a esos ejercicios en mis tiempos de reportero era capaz de informar con precisión o improvisar un discurso para decirlo ante cámara. 

Un profesor que quiere su trabajo y enseña porque le gusta enseñar es un tesoro inapreciable. Generaciones de alumnos lo recordamos entrando al salón siempre muy elegante y con una sonrisa en el rostro como si trajera una buena noticia para compartir. Podía ser cariñoso e indulgente al máximo, pero jamás permitía una vulgaridad o un comentario fuera de lugar en su clase. Era lapidario con aquel que transgredía esa regla. Hablar bien, cultivar la disciplina de leer, ser caballeros en todo momento; eso nos enseñó en los años de adolescentes.

Muchas veces nuestros padres, por el trabajo y otras ocupaciones, no tenían tiempo para hablar de las mil cosas que inquietan la mente de un muchacho, Vargas siempre tenía tiempo y siempre buena disposición. Las escaleras eran su oficina y su confesionario. Para mí fue el padre que la vida me quitó cuando aún era pequeño.

Siempre lo recordaré con cariño. Gran profesor, buen amigo, querido loco (a sus espaldas le decíamos el loco Vargas). La obra más grande de un hombre-— decía Borges— es la imagen que deja de sí mismo en la memoria de los demás. Querido profesor, tu memoria es grande e imborrable.